La distinción entre benevolencia, o
caridad, y justicia es, desde mi punto de vista, de una gran relevancia en un
momento en el que se ha definido a la familia como una ONG y en el que parece
que la “solidaridad” está muy bien para “tapar” u ocultar la injusticia
intrínseca a un sistema económico y la injusticia de una situación definida
como crisis pero que en un lenguaje más preciso no es nada más que un saqueo de
lo público y de los derechos sociales y humanos por parte de los empresarios,
algo que mp es ajeno a lo que ya observaba Adam Smith en su época. La
diferencia consiste en que ahora se utiliza una supuesta situación
“democrática” para “legitimar” el citado saqueo, “por el bien de todos”.
Decía en 1973 Galbraith, un lúcido
economista de origen canadiense, que "Adam Smith es demasiado sabio y
entretenido para relegarlo entre los conservadores, pocos de los cuales lo han
leído alguna vez", (Anales de un liberal impenitente). El problema es que
parece que tampoco lo han leído los que dicen no ser conservadores y así, en mi
opinión, nos estamos perdiendo a una persona cuyas lúcidas y atinadas
reflexiones nos podrían ayudar a entender mejor qué es lo que está pasando a la
vez que disfrutar de su lectura. Además, Adam Smith prestaba atención a las
motivaciones que podían explicar el comportamiento de las personas, no tratando
de etiquetarlas sino de entenderlas para poder comprender mejor en qué tipo de
sociedad se encuentra uno y qué podemos esperar de nosotros y de los demás.
Para empezar, y frente al cliché de que defendía el egoísmo cómo motivo
fundamental del comportamiento humano, creo que merece la pena destacar algunos
párrafos de su Teoría de los sentimientos morales, publicada originalmente en
1759.
El
ser humano: egoísmo y compasión
Así, en la primera página de este libro
escribe, “Por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente
en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de
otros, y hacen que la felicidad de éstos le resulte necesaria, aunque no derive
de ella nada más que el placer de contemplarla. Tal es el caso de la lástima o
la compasión, la emoción que sentimos ante la desgracia ajena cuando la vemos o
cuando nos la hacen concebir de forma muy vívida (…) este sentimiento (…) no se
halla en absoluto circunscrito a las personas más virtuosas y humanitarias (…)
no se halla desprovisto de él totalmente ni el mayor malhechor ni el más brutal
violador de las leyes de la sociedad (…) Como carecemos de la experiencia
inmediata de lo que sienten las otras personas, no podemos hacernos ninguna
idea de la manera en que se ven afectadas, salvo que pensemos cómo nos
sentiríamos nosotros en su misma situación” (…) nos vemos afectados por lo que
siente la persona que sufre, al ponernos en su lugar”.
Es muy interesante ver que estas
reflexiones intuitivas basadas en la observación y hechas hace más de dos
siglos coinciden, básicamente, con lo que actualmente se sabe sobre el
comportamiento humano. Así, Frans de Waal, en El mono que llevamos dentro (2005)
defiende que somos “monos bipolares” y que “La visión que nos retrata como
egoístas y mezquinos, con una moralidad ilusoria, debe revisarse. Si somos
esencialmente antropoides (…) o al menos descendientes de antropoides, entonces
nacemos con una gama de tendencias, desde las más básicas hasta las más nobles.
Lejos de ser un producto de la imaginación, nuestra moralidad es el resultado
del mismo proceso de selección que conformó nuestro lado competitivo y
agresivo”.
Por eso, somos egoístas y, a la vez, compasivos.
Y por eso, Smith estudia el egoísmo y también la compasión o la empatía. Es
decir, la capacidad de ponernos en el lugar de los demás es una de las
cuestiones a las que Smith le dedica una gran atención, llegando a precisar que
hay otro sistema que “intenta explicar el origen de nuestros sentimientos
morales a través de la compasión pero que es diferente del que he procurado
exponer ya que defiende que la virtud consiste en la utilidad”.
Economía,
justicia y prudencia
Es decir, Smith se desmarca de la utilidad
como base de un comportamiento virtuoso o deseable e insiste en que “El hombre
prudente mejora lo propio sólo cuando no afecta injustamente a los demás”,
haciendo de la justicia la base de todo el sistema. Por eso llega a afirmar que
“En la carrera hacia la riqueza… él podrá correr con todas sus fuerzas (…) Pero
si empuja o derriba a alguno, la indulgencia de los espectadores se esfuma. Se
trata de una violación del juego limpio, que no podrán aceptar (…) la sociedad
nunca puede subsistir entre quienes están constantemente prestos a herir y
dañar a otros (…)
La beneficiencia, por tanto, es menos
esencial para la existencia de la sociedad que la justicia. La sociedad puede
mantenerse sin beneficiencia, aunque no es la situación más confortable; pero
si prevalece la injusticia, su destrucción será completa (…) La beneficiencia…
es el adorno que embellece el edificio… La justicia, en cambio, es el pilar
fundamental en el que se apoya todo el edificio. Si desaparece, entonces el
inmenso tejido de la sociedad humana… en un momento será pulverizada en
átomos”.
Esta distinción entre benevolencia, o
caridad, y justicia es, desde mi punto de vista, de una gran relevancia en un
momento en el que se ha definido a la familia como una ONG y en el que parece
que la “solidaridad” está muy bien para “tapar” u ocultar la injusticia
intrínseca a un sistema económico y la injusticia de una situación definida
como crisis pero que en un lenguaje más preciso no es nada más que un saqueo de
lo público y de los derechos sociales y humanos por parte de los empresarios,
algo que tampoco es ajeno a lo que ya observaba Adam Smith en su época. La
diferencia consiste en que ahora se utiliza una supuesta situación
“democrática” para “legitimar” el citado saqueo, “por el bien de todos”.
Los
efectos dañinos de los beneficios elevados
Quizás sea esa insistencia en la
importancia de los “sentimientos morales” y su enojo con el comportamiento de
los empresarios la que le hace expresarse con una virulencia que, desde mi
punto de vista, refleja la enorme lucidez que no se ha querido ver en el Smith
“etiquetado” como el “inventor” de la mano invisible. En este sentido sus
reflexiones sobre el comportamiento de los empresarios, recogidas en La riqueza
de las naciones, publicado en 1776, son antológicas y de una enorme actualidad.
Por ejemplo, es poco conocida su crítica a
los empresarios por quejarse éstos habitualmente de que la economía vaya mal
debido, según ellos, a los altos salarios, excusa que se sigue repitiendo una y
otra vez en una situación cuya causa original nada tiene que ver con salarios
elevados, por lo que no están dispuestos a reconocer que los elevados
beneficios pueden ser un problema más serio. “Nuestros comerciantes e
industriales se quejan mucho de los efectos perjudiciales de los altos
salarios, porque suben los precios y por ello restringen la venta de sus bienes
en el país y en el exterior. Nada dicen de los efectos dañinos de los
beneficios elevados. Guardan silencio sobre las consecuencias perniciosas de
sus propias ganancias”.
¿Les suena esto? Parece muy apropiado para
contextualizar las recientes reformas laborales, incluida la de Zapatero. De
hecho, da la impresión de que no es necesario saber nada de economía pues, sea
cual sea la causa del problema a resolver, la solución impuesta por los
diferentes gobiernos (da igual que sea el PSOE, el PP o las posibles
combinaciones de cualquiera de ellos con los partidos llamados nacionalistas)
siempre consiste en bajar los salarios y las pensiones. ¿A qué gobierno le
interesa debatir y profundizar honestamente sobre las causas del saqueo
pudiendo bajar salarios y pensiones?
El
control de los salarios (y del Parlamento) por los empresarios
¿Y cómo se forman los salarios? ¿Tienen
algo que ver con la productividad? No es eso lo que parece pensar Smith pues
“Los patronos están siempre y en todo lugar en una especie de acuerdo, tácito
pero constante y uniforme, para no elevar los salarios sobre la tasa que existe
en cada momento. Violar este concierto es en todo lugar el acto más impopular,
y expone al patrono que lo comete al reproche entre sus vecinos y sus pares. Es
verdad que rara vez oímos hablar de este acuerdo, porque es el estado de cosas
usual, y uno podría decir natural, del que nadie oye hablar jamás (…) Los
patronos a veces entran en uniones particulares para hundir los salarios por
debajo de esa tasa. Se urden siempre con el máximo silencio y secreto hasta el
momento de su ejecución, y cuando los obreros, como a veces ocurre, se someten
sin resistencia, pasan completamente desapercibidas.”
Por otro lado, sabe que el Parlamento está
al servicio de los empresarios. “Los trabajadores desean conseguir tanto, y los
patronos entregar tan poco, como sea posible. No resulta difícil prever cuál de
las dos partes se impondrá habitualmente en la puja, y forzará a la otra a
aceptar sus condiciones. Los patronos, al ser menos, pueden asociarse con más
facilidad; y la ley, además, autoriza o al menos no prohíbe sus asociaciones,
pero sí prohíbe las de los trabajadores (…) No tenemos leyes del Parlamento
contra las uniones que pretenden rebajar el precio del trabajo; pero hay muchas
contra las uniones que aspiran a subirlo (…) Además, en todos estos conflictos
los patronos pueden resistir durante mucho más tiempo”.
Los
intereses empresariales, las reglas y los intereses sociales
Y tampoco quedan muchas dudas sobre lo que
según él podemos esperar de las regulaciones y leyes propuestas por los
empresarios como hipotéticos interesados en el bien común. Al contrario, lo
habitual es esperar de ellos engaños y opresión. En una sabia viñeta de El
Roto, un político le dice a otro: “Ya no se creen las mentiras” y el otro le
contesta: “Así no se puede gobernar”.
Y, efectivamente, Smith escribió:
“Cualquier propuesta de una nueva ley o regulación comercial que venga de esta
categoría de personas (los empresarios) debe siempre ser considerada con la
máxima precaución, y nunca debe ser adoptada sino después de una investigación
prolongada y cuidadosa, desarrollada no sólo con la atención más escrupulosa,
sino también con el máximo recelo. Porque provendrá de una clase de hombres
cuyos intereses nunca coinciden exactamente con los de la sociedad, que tienen
generalmente un interés en engañar e incluso oprimir a la comunidad, y que de
hecho la han engañado y oprimido en numerosas oportunidades”.
Más claro parece que no se puede decir y,
sin embargo, en Lecciones de jurisprudencia, que constituyen los apuntes
tomados por uno de sus estudiantes en el curso 1762/63, llega a afirmar de
manera más contundente aún, y posiblemente siguiendo a Tomás Moro en la parte
final de su Utopía, que “Las leyes y el gobierno pueden ser considerados…, en
todos los casos, como una coalición de los ricos para oprimir a los pobres y
mantener en su provecho la desigualdad de bienes que, de otra forma, no
tardaría en ser destruida por los ataques de los pobres”.
Desde luego estas citas no se corresponden
con el Adam Smith que se “despacha” como ese supuesto acérrimo defensor del
supuesto mercado libre que, supuestamente, guiaba la mano invisible. Como decía
Galbraith refiriéndose a Smith, “Pocos escritores jamás, y ciertamente ningún
economista desde entonces, han sido tan divertidos, lúcidos o ricos en
recursos, o, según el caso, tan devastadores (…) Con su desprecio por los
subterfugios teóricos y su vivo interés por las cuestiones prácticas, hubiera
tenido dificultades para obtener una cátedra con titularidad plena en una
universidad moderna de primer rango”. Por eso animo a leerlo, a disfrutar de su
sabiduría y a no dejárselo a aquellos que lo manipulan, bien despreciándolo o
bien apropiándoselo, eso sí, sin haberlo leído en ningún caso.
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