martes, 7 de agosto de 2012

LOS ARRIBISTAS: Los seres humanos más insípidos hicieron posibles los mayores crímenes de la historia humana.

Los seres humanos más insípidos hicieron posibles los mayores crímenes de la historia humana. Son los arribistas. Los burócratas. Los cínicos. Realizan las pequeñas tareas que hacen que vastos, complicados sistemas de explotación y muerte se conviertan en realidad. Recolectan y leen los datos personales reunidos sobre docenas de millones de nosotros por el Estado de seguridad y vigilancia. Llevan las cuentas de ExxonMobil, BP y Goldman Sachs. Construyen o pilotan drones aéreos. Trabajan en la publicidad y en las relaciones públicas corporativas. Emiten los formularios.

Procesan los papeles. Niegan cupones alimentarios a algunos y prestaciones de desempleo o cobertura médica a otros. Imponen las leyes y las regulaciones. Y no hacen preguntas.
Bueno. Malo. Esas palabras no significan nada para ellos. Están más allá de la moralidad. 

Existen para que funcionen los sistemas corporativos. Si las compañías de seguros abandonan a decenas de millones de enfermos para que sufran y mueran, que así sea. Si los bancos y los departamentos de alguaciles expulsan a familias de sus casas, que así sea. Si las empresas financieras roban los ahorros de los ciudadanos, que así sea. Si el gobierno cierra escuelas y bibliotecas, que así sea. Si militares asesinan niños en Pakistán o Afganistán, que así sea. Si unos especuladores de productos básicos aumentan el coste del arroz, del maíz y del trigo hasta que sean inasequibles para cientos de millones de pobres en todo el planeta, que así sea. Sirven al sistema. Al dios del beneficio y la explotación. La fuerza más peligrosa en el mundo industrializado no proviene de los que albergan credos radicales, sea radicalismo islámico o fundamentalismo cristiano, sino de legiones de burócratas anónimos que trepan por la maquinarias corporativas y gubernamentales. Sirven cualquier sistema que satisfaga su patética cuota de necesidades.

Esos administradores de sistemas no creen en nada. No conocen la lealtad. No tienen raíces. No piensan más allá de sus ínfimos e insignificantes roles. Son ciegos y sorgos. Son terriblemente analfabetos, al menos respecto a las grandes ideas y modelos de civilización e historia humanas. Y los producimos en universidades. Abogados, tecnócratas, especialistas empresariales. Gerentes de finanzas. Especialistas en tecnología de la información. Consultores. Ingenieros petroleros. “Psicólogos positivos”. Especialistas en comunicaciones. Cadetes. Vendedores. Programadores. Hombres y mujeres que no saben de historia, que no saben de ideas. Viven y piensan en un vacío intelectual, un mundo de menudencias embrutecedoras. Son “los hombres huecos” de T.S. Eliot, “los hombres rellenos”, “figuras sin forma, sombras sin color”, escribió el poeta. “Fuerza paralizada, ademán sin movimiento”.

Fueron los arribistas los que hicieron posibles los genocidios, desde la exterminación de los americanos nativos a la matanza de armenios por parte de los turcos, del Holocausto nazi a las liquidaciones de Stalin. Fueron los que mantuvieron en funcionamiento los trenes. Rellenaron los formularios y dirigieron las confiscaciones de propiedades. Racionaron los alimentos mientras los niños morían de hambre. Fabricaron las armas. Dirigieron las prisiones. Impusieron restricciones de viajes, confiscaron pasaportes y cuentas bancarias e impusieron la segregación. Hicieron cumplir la ley. Hicieron su trabajo.

Arribistas políticos y militares, respaldados por especuladores con la guerra, nos han llevado a guerras inútiles, incluida la Primera Guerra Mundial, Vietnam, Iraq y Afganistán. Y millones los siguieron. Deber. Honor. Patria. Carnavales de la muerte. Nos sacrifican a todos. En las fútiles batallas de Verdún y la Somme en la Primera Guerra Mundial, 1,8 millones resultaron muertos heridos o jamás encontrados en ambos lados, A pesar de los mares de muertos, en julio de 1917 el mariscal de campo británico Douglas Haig  condenó a aún más personas en el fango de Passchendaele. En noviembre, cuando era obvio que su prometida ofensiva de penetración en Passchendaele había fracasado, se deshizo del objetivo inicial –como lo hicimos en Iraq cuando resultó que no había armas de destrucción masiva y en Afganistán cuando al Qaida abandonó el país– y optó por una simple guerra de desgaste. Haig “vencería” si morían más alemanes que tropas aliadas. La muerte como tarjeta de puntuación. Passchendaele costó 600.000 vidas a ambos lados del frente antes de terminar. No es una historia nueva. Los generales son casi siempre bufones. Los soldados siguieron a Juan el Ciego, que había perdido la vista una década antes, hacia una resonante derrota en la Batalla de Crécy en 1337 durante la Guerra de Cien Años. Solo descubrimos que los líderes son mediocres cuando es demasiado tarde.

David Lloyd George,  primer ministro británico durante la campaña de Passchendaele, escribió en sus memorias “[Antes de la batalla de Passchendaele] el Estado Mayor del Cuerpo de Tanques preparó mapas para mostrar cómo un mapa que aniquilara el alcantarillado conduciría inevitablemente a una serie de estanques y ubicaron los sitios exactos en los que se reunirían las aguas. La única respuesta fue una orden perentoria de que ‘no envíen más de esos mapas ridículos’. Los mapas deben ajustarse a los planes y no los planes a los mapas. Los hechos que interferían con los planes fueron calificados de impertinentes.”

Esta es la explicación del motivo por el cual nuestras elites gobernantes no hacen nada respecto al cambio climático, se niegan a responder racionalmente a la crisis económica y son incapaces de encarar el colapso de la globalización y del imperio. Estas son las circunstancias que interfieren con la propia viabilidad y sustentabilidad del sistema. Y los burócratas solo saben cómo servir al sistema. Conocen solo las habilidades administrativas que ingirieron en West Point o en la Escuela de Negocios de Harvard. No pueden pensar por su propia cuenta. No pueden desafiar suposiciones o estructuras. No pueden reconocer intelectual o emocionalmente que el sistema puede hacer implosión. Y por lo tanto, hacen lo que Napoleón advirtió que era el peor error que un general puede cometer:  pintar un cuadro imaginario de una situación y aceptarlo cómo real. Pero ignoramos despreocupadamente la realidad junto con ellos. La manía por un fin feliz nos ciega. No queremos creer lo que vemos. Es demasiado deprimente. Por lo tanto, nos retiramos hacia el auto-engaño colectivo.

En la monumental cinta documental de Claude Lanzmann, Shoah, sobre el Holocausto, entrevista a Filip Müller, un judío checo que sobrevivió las liquidaciones en Auschwitz como miembro del “equipo especial”. Müller relata esta historia:

Un día en 1943 cuando ya estaba en el Crematorio 5, llegó un tren de Bialystok. Un prisionero en el ‘equipo especial’ vio a una mujer en la ‘sala de desvestirse’ quien era la esposa de un amigo suyo. Salió inmediatamente y le dijo: ‘Vais a ser exterminados. En tres horas seréis cenizas.’ La mujer le creyó porque lo conocía. Corrió por todo el lugar y advirtió a las otras mujeres. ‘Nos van a matar. Vamos a ser gaseados’. Las madres que llevaban sus hijos sobre sus hombros no querían oír algo semejante. Decidieron que la mujer estaba loca. La ahuyentaron. Fue donde los hombres. No sirvió para nada. No es que no le hayan creído. Habían oído rumores en el gueto de Bialystok, o en Grodno, y otros sitios. ¿Pero quién quería creer algo semejante? Cuando vio que nadie escuchaba, rasguñó toda su cara. Por desesperación. En choque. Y comenzó a gritar.

Blaise Pascal escribió en Pensamientos “Corremos descuidados hacia el precipicio, después que hemos puesto delante de nosotros alguna cosa para impedirnos verlo”.

Hannah Arendt, al escribir “Eichmann en Jerusalén” señaló que lo que motivaba primordialmente a Adolf Eichmann era  “una extraordinaria diligencia en la busca de su progreso personal”. Se unió al Partido Nazi porque era un buen paso para su carrera. “El problema con Eichmann”, escribió, “era ser precisamente lo que muchos eran al igual él y que estos muchos no eran ni pervertidos ni sádicos sino que eran, y siguen siendo, terrible y horriblemente normales.”

“Cuanto más se le escuchaba, más obvio se hacía que su incapacidad de hablar estaba estrechamente relacionada con su incapacidad de pensar, es decir, de pensar desde el punto de vista de los demás”, escribió Arendt. “Ninguna comunicación con él era posible, no porque mintiera sino porque estaba rodeado por la más fiable de todas las salvaguardas contra palabras y la presencia de otros, y por ello contra la realidad como tal”.
Gitta Sereny plantea lo mismo en su libro En aquellas tinieblas sobre Franz Stangl, el comandante de Treblinka. Su misión en la SS representó una promoción para el policía austríaco. Stangl no era un sádico. Era de voz suave y cortés. Quería mucho a su esposa y a sus hijos. A diferencia de la mayoría de los oficiales nazis en los campos, no convertía a mujeres judías en concubinas. Era eficiente y muy organizado. Se enorgullecía por haber recibido un elogio oficial como “mejor comandante de campo en Polonia”. Los prisioneros eran simples objetos. Bienes. “Era mi profesión” dijo. “Me gustaba. Me satisfacía. Y sí, era ambicioso al respecto, no lo niego”. Cuando Sereny preguntó a Stangl cómo siendo padre podía matar niños, respondió que “pocas veces los veía como individuos. Siempre se trataba de una inmensa masa… Estaban desnudos, apiñados, corrían, eran impulsados con látigos…”. Después dijo a Sereny que cuando leía sobre ratas campestres le recordaban Treblinka.

La colección de ensayos de Christopher Browning El camino al genocidio señala que los que posibilitaron el Holocausto eran burócratas “moderados”, “normales”. Germaine Tillion señaló “la trágica holgura [durante el Holocausto] con la cual personas ‘decentes’ se podían convertir en los más crueles verdugos sin parecer darse cuenta de lo que les estaba sucediendo”. El novelista ruso Vasily Grossman en su libro Todo fluye observó que “el nuevo Estado no requería santos apóstoles, constructores fanáticos, inspirados, discípulos fieles, devotos. El nuevo Estado ni siquiera requería sirvientes, solo oficinistas.”

La doctora Ella Lingens-Reiner escribió en Prisioneros del miedo, su abrasador recuerdo de Auschwitz, que “para mí los tipos más repugnantes de la SS eran los cínicos que ya no creían auténticamente en su causa, pero que seguían acumulando su culpabilidad sangrienta por sí misma”. “Esos cínicos no eran siempre brutales con los prisioneros, su conducta cambiaba según su humor. No tomaban nada en serio – ni a sí mismos ni a su causa, ni a nosotros, ni nuestra situación. Uno de los peores era el doctor Mengele, el Doctor del Campo que he mencionado anteriormente. Cuando un grupo de judíos recién llegados eran clasificado entre los adecuados para el trabajo y los adecuados para la muerte, silbaba una melodía y movía rítmicamente su dedo pulgar hacia su hombro derecho o izquierdo – con lo que quería decir ‘gas’ o ‘trabajo’. Pensaba que las condiciones en el campo eran pésimas, e incluso hizo algunas cosas para mejorarlas, pero al mismo tiempo cometía crueles asesinatos, sin ningún escrúpulo”.

Esos ejércitos de burócratas sirven un sistema corporativo que terminará por matarnos literalmente. Son tan fríos y desconectados como Mengele. Realizan tareas minuciosas. Son dóciles. Conformistas. Obedecen. Encuentran su valor propio en el prestigio y el poder de la corporación, en el estatus de sus posiciones y en las promociones en sus carreras. Se reconfortan en su propia bondad mediante sus actos privados como esposos, esposas, madres y padres. Participan en consejos escolares. Van al Rotary Club. Asisten a la iglesia. Es esquizofrenia moral. Erigen muros para crear una consciencia aislada. Posibilitan los objetivos letales de ExxonMobil o Goldman Sachs o Raytheon o las compañías de seguros. Destruyen el ecosistema, la economía y la política y convierten a trabajadores y trabajadoras en siervos empobrecidos. No sienten nada. La candidez metafísica termina en el asesinato. Fragmenta el mundo. Pequeños actos de bondad y caridad disimulan el monstruoso mal que instigan. Y el sistema sigue adelante. Los casquetes polares se funden. Las sequías destruyen los cultivos. Los drones matan desde el cielo. El Estado se mueve inexorablemente para encadenarnos. Los enfermos mueren. Los pobres mueren de hambre. Las prisiones se repletan. Y el arribista, sigue adelante, haciendo su trabajo.

Chris Hedges, cuya columna se publica los lunes en Truthdig, pasó casi dos décadas como corresponsal extranjero en Centroamérica, Medio Oriente, África y los Balcanes. Ha informado desde más de 50 países y trabajado para The Christian Science Monitor, National Public Radio, The Dallas Morning News y The New York Times, en el cual fue corresponsal extranjero durante 15 años.

viernes, 3 de agosto de 2012

República Dominicana Caribeñas en medio de la tormenta


El enfoque de género en las políticas públicas para afrontar y adaptarse al impacto de las variaciones climáticas figura entre las asignaturas pendientes en la región del Caribe, pese a la demostrada capacidad de las mujeres para el manejo y gestión de riesgos de desastres.Las mujeres, sobre todo en el ámbito comunitario, suelen encabezar las redes capacitadas en planes de contingencia ante desastres naturales y actúan con eficiencia en los programas sanitarios, de albergues y otras emergencias. Pero a la vez son las más vulnerables, como reflejan las estadísticas a la hora del conteo de víctimas tras el impacto de un evento extremo.

En 2007, la tormenta Noel dejó en República Dominicana 88 personas fallecidas y 14 desaparecidas, además de 66.000 desplazadas.

Los datos oficiales de entonces no están desagregados por género, aunque estudios de la Organización de las Naciones Unidas documentaron casos de violencia sexual contra mujeres en los refugios, donde también aumentó para ellas la carga doméstica.

En Indonesia, el tsunami del 24 de diciembre de 2004 mató cuatro veces más mujeres que hombres. En su gran mayoría no sabían nadar y permanecieron en sus viviendas para cuidar a los niños y niñas y sus pertenencias, o simplemente carecían de habilidad o fortaleza para subir a un árbol o un techo.

Expertos coinciden en que el impacto previsible del cambio climático, con huracanes más intensos y sequías e inundaciones de mayor frecuencia y severidad que amenazan la vida de las personas y la seguridad alimentaria, hacen todavía más urgente atender con perspectiva de género los procesos de gestión de riesgos y la adaptación a las transformaciones ambientales.

Pero "la integración de la perspectiva de género en estos procesos requiere que las políticas públicas partan de un diagnóstico de reconocimiento de las desigualdades existentes en la sociedad entre hombres y mujeres y clases sociales", dijo Lourdes Meyreles, investigadora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) en República Dominicana.

En entrevista con IPS, esta experta indicó que los factores que incrementan la vulnerabilidad de las mujeres están vinculados a su desventaja respecto del acceso a recursos fundamentales para la adaptación al cambio climático, como la propiedad de la tierra, posibilidad de crédito o inserción en la toma de decisión para la distribución de recursos claves como el agua.

"A pesar de que las mujeres son las que manejan este recurso fundamental, no necesariamente están presentes en las instancias en las cuales se toman decisiones en torno al mismo. Afrontar esta desigualdad constituye un reto fundamental de una política pública", sostuvo Meyreles.

En su opinión, la incorporación de la perspectiva de género en la institucionalidad ligada a la gestión de riesgo de desastres y la adaptación al cambio climático tendría como consecuencia importante llevar ese enfoque a todos los aspectos de la política sobre el tema: diagnósticos previos, diseño, implementación y evaluación.

"Para esto es necesario un cambio de mentalidades, voluntad política y rendición de cuentas", consideró la socióloga, quien admitió que en ese sentido no hay avances visibles ni en República Dominicana ni en el resto del Caribe insular, un área especialmente vulnerable a eventos hidrometeorológicos.

La especialista insistió en que un enfoque de género eficiente debe asentarse en la integración de "los mecanismos de la mujer con los de gestión de riesgo de desastres y de adaptación al cambio climático", lo cual conlleva tener en cuenta "las especificidades" ligadas a las mujeres y los hombres involucrados en estos procesos.

En ese sentido, agregó, se requiere el análisis de las vulnerabilidades de mujeres y hombres frente al cambio climático y también de sus capacidades para luego incorporar ese diagnóstico a las acciones de adaptación. "El tema del acceso diferenciado a los recursos naturales, a su uso y su conservación debe ser un eje fundamental del enfoque", recalcó.

Meyreles puntualizó que "el diagnóstico del rol de las mujeres y los hombres frente a la agricultura y la seguridad alimentaria, el manejo de las costas, de los bosques, del agua, es clave para que las políticas que dirijan los procesos de adaptación tengan una perspectiva de género y puedan crear mecanismos efectivos, inclusivos y equitativos".

Al evaluar la situación de las dominicanas ante los riesgos de desastres, la socióloga de Flacso alertó que es similar a la de toda la población de este país, ubicada en su mayoría en "zonas urbanas muy vulnerables a amenazas hidrometeorológicas, sísmicas y otras".

"El hecho de que una proporción importante de mujeres son jefas de hogar y viven en las zonas más empobrecidas del país, las coloca en posiciones de mayor vulnerabilidad que muchos hombres", dijo.

Un gran riesgo que corren en situaciones de desastres es "la violencia sexual y de género", explicó.

Ellas también poseen capacidades específicas frente a los desastres, como su manejo y liderazgo en las redes y organizaciones comunitarias, su conocimiento experto de las comunidades en las que viven, su capacidad de manejo de los asuntos ligados a la salud, y al cuidado en situaciones de emergencia, entre otras cualidades, detalló.

"Se requieren mayores esfuerzos para que también estos roles impliquen atender necesidades estratégicas de género de las mujeres en los contextos de desastres, y que entonces se pueda hablar de una efectiva incorporación de la perspectiva de género a la gestión de riesgos y a la adaptación al cambio climático", concluyó Meyreles.

Las autoridades dominicanas reconocen que hay una proliferación de asentamientos urbanos en condiciones de extrema pobreza instalados en cauces fluviales, lo cual aumenta la vulnerabilidad ante manifestaciones del cambio climático como lluvias intensas e inundaciones. La situación impacta especialmente a las mujeres.