miércoles, 30 de mayo de 2012

Unos farsantes que se creen dueños de la prensa nacional

César Medina

En este casi medio siglo de democracia, la prensa ha resistido todos los afanes y propósitos para adocenarla. La lucha más intensa ñla que no se ve, pero que se expresa con mayor crudezañ se ha librado internamente. Ha sido una larga batalla que se inició con características ideológicas y devino en intereses grupales y económicos.

Por un lado, los farsantes de siempre, los que han vivido de sueños y utopías, y de fracaso en fracaso. Para quienes la mediocridad no tiene otra expresión que la descalificación y la deshonra a quienes sí han sido emprendedores y exitosos, dentro y fuera de este oficio; por otro lado, los que se han resistido al chantaje ideológico, moral o de grupo, y han ejercido la profesión con muchísima humildad pero con sobrada dignidad, algunos de los cuales han llegado a ocupar las principales posiciones ejecutivas en los medios.

Y un tercer frente lo componen los empresarios tradicionales o inversionistas que han irrumpido con mucha fuerza en las últimas décadas creando, en algunos casos, una peligrosa acumulación de medios y reburujando en ellos a mansos y cimarrones.

Esta composición de la prensa dominicana ha permitido el surgimiento de un periodismo independiente que ha ido creciendo y consolidándose con los años, sobre todo en los medios electrónicos, y en particular a través de los programas televisivos de alto rating que dominan la audiencia matutina y que no son propiedad de los dueños de los canales.

Se fueron quedando atrás

Aquellos pontífices del “periodismo sacrosanto”, que durante años enmascararon una posición ideológica pretendiendo liderar a los comunicadores, se fueron quedando solos en la medida en que la situación política se fue redefiniendo, y se vieron obligados a identificar sus simpatías partidarias o grupales. Las elecciones de 1978 constituyeron el punto de inflexión.

Con la llegada del PRD al poder algunos que ocultaron por mucho tiempo su adhesión perredeísta o su compromiso personal con Peña Gómez, se quitaron la careta.

Y comenzó ahí la primera parte de su frustración. Porque ya la “dictadura yanqui-balaguerista” no era motivo para sus devaneos con la izquierda, y con la llegada de los exiliados, y la salida de la cárcel de los presos políticos terminaron las razones para un periodismo frontal que en el camino había costado la vida a dos referentes de la libertad de expresión, dos verdaderos mártires del periodismo, Gregorio García Castro y Orlando Martínez.

Si algún liderazgo pudo haber quedado de ese periodismo confrontacional, se fue diluyendo poco a poco en la misma medida en que sus principales representantes iban fracasando, uno por uno en todos los proyectos de un supuesto “nuevo periodismo” que pretendieron poner en práctica. Y la debacle les llegó en el gobierno de Jorge Blanco, cuando su principal exponente hubo de irse como embajador de tercera categoría a un pobre país de la región.

Años después, terminado aquel gobierno de oprobio, tuvo que volver con el rabo entre las piernas, mendigando un empleo en uno de los grupos de comunicación que tanto criticó y combatió, arremetiendo impiadosamente contra su propietario. Porque así de irónica es la vida.

Pasaron los años

El tiempo fue pasando y con él fue fortaleciéndose y diversificándose la prensa dominicana.

Aún predominan los grandes grupos, esos que aquellos pontífices llamaron siempre “el gran capital”, pero la realidad es distinta.

Se han formado equipos de periodistas con muchísimo talento que se han desarrollado con absoluta independencia y libertad. Porque el pastel hoy no está tan limitado. Hay organizaciones que ya cuentan hasta con 15 y 20 buenos periodistas, a quienes pagan salarios justos que les permiten vivir decentemente; sin riquezas, pero sin apremios. Y esas organizaciones por sí mismas han llegado a producir hasta 13 horas de televisión y radio para lo que necesitan una sólida estructura administrativa y financiera.

No son periodistas adocenados ni obedecen a ningún partido ni a ningún grupo. Y si pertenecieran, tienen legítimo derecho a ello; el mismo derecho que tienen estos amargados y frustrados del éxito ajeno. Que se creen con derecho a ser de Hipólito y hasta lo asesoraban, pero que les niegan ese mismo derecho a los que estaban con Danilo. O que ellos entienden que estaban con Danilo.

La prensa dominicana nunca como ahora había tenido tanta independencia. Tanta tiene, que hasta permite que gente como esa siga ejerciendo con toda libertad y con todas las garantías que se merece. Esa es la diferencia.

La misma diferencia que constituye la presencia de un hombre como Leonel Fernández en el poder, que les ha permitido que en su enceguecida frustración y envidia le insulten a él y a su familia. Porque Leonel cree en esa libertad. Ojalá que Danilo piense igual, porque ahora tendrán que chuparse ese cajuilito. Por lo menos otros cuatro años.


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